
Qué triste es la soledad del alma,
y del cuerpo, Dios mío...
y qué triste se vuelven los recuerdos
de aquel amor pasado y muerto.
Muerto por el paso de los segundos,
minutos, horas, días, meses, años,
pero muertos al fin y al cabo.
Muerto por la lejanía de nosotros dos.
Sí, nosotros dos que antaño formamos
esa pareja que parecía feliz y llena
de todo el amor que nunca creímos podría terminar.
Terminó, sí, y tu y yo, hoy formamos parte
de otro mundo y otra vida.
Pero ni el mar, ni el sol, ni la lluvia,
ni las gentes que un día fueron testigos
de aquel amor ya ido,
podrán borrar de nuestros recuerdos
ese gran amor que un día nació feliz
y que otro triste día murió.















GRACIAS
En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
y viven en tu vida mis infinitos sueños.


















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