
Sentirás por un instante
el frío en la espalda
y ya no habrá, entonces,
nada con que cubrir tus silencios.
Licor de perejil
y pastel de ajos
sobre una mesa vana de analogías.
A las veintiséis cuarenta
-por la hora antigua-
cenaré las lágrimas de almidón
en el comedor del recuerdo
y colgaré los sueños,
donde antes estaban la cortinas
que bordamos de zarandajas.
Hay demasiadas sillas tristes,
tapizadas de ausencias revividas,
al carón de los anhelos.
¡Cenaré! Sola,
los manjares del silencio cotidiano
-cosechas acostumbradas-
Tiempo imperfecto que se ha muerto,
cocinando despedidas.















GRACIAS
En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
y viven en tu vida mis infinitos sueños.


















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